Racismo y violencia de género. Autoetnografía de una historia de desolación, dolor y esperanzas
Racism and gender-based violence. Autoethnography of a history of desolation, pain and hope
Kaünüülaa jee kanainwa aa’in jierülen jee toololen. Achikuajira’ala jüchikikua yü’ülitaa, alii jee achuntawaa
Resumen
Clasismo, sexismo y racismo son elementos estructurales de la violencia que sufren mujeres racializadas en todo el mundo y cada día más personas son obligadas a desplazarse de un país a otro, intentando encontrar mejores condiciones de vida. El objetivo de este trabajo es visibilizar las experiencias de tránsito de mujeres haitianas que han partido desde Chile a Estados Unidos y Canadá, buscando dignidad para ellas y sus familias. También, es una invitación a incorporar y plasmar en nuestras investigaciones, las emociones que implica el trabajo con otros/as y desechar la supuesta neutralidad tan propia de la investigación academicista. Estas reflexiones surgen a propósito de un trabajo militante desarrollado con la comunidad haitiana residente en Chile durante los últimos seis años y las emociones que pasaron por mi cuerpo, tras acompañar, a distancia, a cuatro amigas que emprendieron este viaje y sobrevivieron a la muerte, el secuestro y la extorción y tuvieron el valor para contarlo.
Palabras clave: Autoetnografía; comunidad haitiana; racismo; selva del Darién.
Abstract
Classism, sexism, and racism are structural elements of the violence suffered by racialized women around the world and every day more people are forced to move from one country to another, trying to find better living conditions. The objective of this work is to make visible the transit experiences of Haitian women who have left Chile for the United States and Canada, seeking dignity for themselves and their families. It is also an invitation to incorporate and capture in our research, the emotions involved in working with others and to discard the supposed neutrality so typical of academic research. These reflections arise from a militant work carried out with the Haitian community living in Chile over the last six years and the emotions that passed through my body, after accompanying, from a distance, four friends who undertook this journey and survived death, kidnapping and extortion and had the courage to tell it.
Keywords: Autoethnography; Darien Jungle; Haitian community; Racism.
Jüküjia Palitpütchiru’u
Kaüünülaa jee asinairee, jia juchuntaaka ma’i tü jükasachikinka jümüliama jieyuu julu’upüna mmaka jupushuwa’aya eere weishin wayuu oomolujunaka ji’ire ojuitawaa julu’umüin wanee mma, ji’ireeya anta jünain wanee anaa aa’inpala. Ju’unajirakaa a’yatawaakat jia e’iyataa tü ennaajünüipaka nalataaya jieyuu aitiije’ewolii, o’unaka chiilejee chamüin ameerikamuin jee kanaraa, jünain achejawaa wanee anaa namüin jee napüshiirua. Anuu jiaya’a, waneeja’a ounejawaa jüpüla ekorotiraa jee ejeettaa julu’umüin wachejaale, asüsülawaa anaka jümüin wa’yataain jee asünne’eraa tü jimajimoluuka aa’in waneepiaka julu’u achejaalaa karaloutaluuka. Osoirireeka tüü, ojuittaasü julu’ujee wanee a’yatawaa koukajaalesü akuyamajuushi namaa aitiije’ewolii kepiaka chiile juu’utpüna tü chiiruajatka aipirua juya jee asüsülawaa alataka ta’ütpünaa, jüchikijee tamaaku tamüin wattajee ja’raishii atunajutuu o’ulakaka ounaa jíree kata o’uu, atapülaa jee memolojoo, yalayalaaka jünain aküja tü nalatirakaa.
Pütchi katsüinsükat: Ananajira’ala nakua’ipalu’u, wayuu aitiije’ewolii; kaünüüralaa, juwüichiisepa’a Darien.
Introducción
Era agosto de 2021, en plena pandemia de COVID-19, cuando mi gran amiga Cherline Vitalien partió desde Chile - por tierra-, rumbo a Canadá; casi 11.000 kilómetros de desiertos, montañas, selvas, pueblos inhóspitos, traficantes de personas, animales salvajes, guerrillas, deshidratación, violencias y esperanzas de una vida mejor.
Desarrollo
Cherline es una de las 20.000 personas haitianas que salieron de Chile en 2021 rumbo a Estados Unidos, cruzando uno de los lugares más peligrosos del mundo: El Tapón del Darién en plena frontera colombopanameña. La razón: la negación constante y sistemática del Estado chileno de otorgarles visas de residencia definitiva y con ello, poder optar a trabajos dignos, subsidios de vivienda, gratuidad en la educación, cobertura en salud, y un sin número de prestaciones y derechos sociales que aseguran la vida digna a quienes intentan construir sus vidas lejos de la tierra natal, las familias y el arraigo por lo propio y lo entrañable de los afectos transnacionales.
Pero, ¿por qué nunca pudieron acceder a las visas a pesar de llevar más de cinco años viviendo en Chile?
En 2018, bajo el gobierno del expresidente de derecha Sebastián Piñera †, se firmó un decreto que exigía a personas haitianas y dominicanas – es decir, personas negras- una visa especial de ingreso a Chile, la cual debía solicitarse y entregarse en sus respectivos países (Stang Alva et al., 2020).
Esto implicó que todas las personas haitianas que ya vivían en Chile al año 2018 y que no ingresaron con esa visa especial, tuviesen que hacer un engorroso trámite para poder solicitar la residencia definitiva: un certificado de antecedentes otorgado por el mismísimo Estado haitiano. Un estado sumido en una crisis social, económica y política dantesca; donde su población enfrenta día a día los graves problema de inseguridad y violencia; donde el último presidente fue asesinado en el año 2021; donde las bandas armadas luchan por el territorio y el poder en los barrios urbanos; donde las calles son el anfiteatro de enfrentamientos, robos y secuestros; donde las mujeres y niñas están enfrentadas a la desnutrición, la violencia sexual y el desamparo… (Thomas, 2022; Exil et al., 2023). Bajo esas condiciones, el Estado chileno les exige a ciudadanos/as haitianos/as residentes en Chile solicitar dicho certificado para que puedan tramitar sus residencias definitivas; esto es, bajo todas luces: IMPOSIBLE.
Fue así como se gatilló en el segundo semestre del año 2021 el éxodo masivo de personas haitianas hacia Estados Unidos, cuando las restricciones por la pandemia del COVID-19 empezaron a mermar. Y Cherline junto a tres compañeros/as iniciaron la travesía.
Yo trabajaba en aquel entonces, en una etnografía como parte de mi investigación doctoral con mujeres haitianas madres y gestantes, documentando las situaciones de violencia extrema que vivían en los centros de salud de la región del Maule en Chile (Reyes Muñoz et al., 2021).
También sabía perfectamente lo que estaba pasando en El Darién, la espesa selva de 17.014 kilometros2 que se extiende entre Colombia y Panamá, y que tiene una franja de 160 km. entre ambos países; uno de los lugares más biodiversos del planeta, pero a su vez, el camino perfecto para el paso irregular de migrantes de todo el mundo y del narcotráfico. Entre 2015 y 2018 se había convertido en la ruta obligada de quienes intentaban llegar a Estados Unidos, de manera irregular, desde países tan distantes como Cuba, Haití, Bangladesh o Somalia (Millán Valencia, 2018).
Los reportes de cadáveres en los ríos que cruzan desde Necoclí en Colombia hasta la selva en Panamá se hicieron cada vez más comunes, y en las páginas de periódicos internacionales como The New York Times, BBC o Deutsche Welle los relatos de quienes estaban ahí, intentando sobrevivir para llegar a Estados Unidos, eran cada vez más desoladores.
En el año 2016, 27.000 personas pasaron por este lugar; en 2023 esa cifra llegó a niveles históricos con 520.000. En lo que va de enero y febrero de 2024 ya han cruzado 68.000 migrantes (Deutsche Welle, 2023).
El negocio de la muerte se fue transformando así, en un suculento oficio para los traficantes y tratantes de personas, pero también para quienes habitan los deprimidos pueblos aledaños a la selva, quienes vieron en la desesperación de miles de migrantes, una posibilidad de ingresos para la propia vida digna.
A cada paso en la selva hay oportunidad de hacer dinero. El trayecto en lancha para llegar al bosque tropical: 40 dólares. Un guía que te lleva por la ruta peligrosa cuando empiezas a caminar: 170 dólares. Alguien que carga tu mochila en las lomas lodosas: 100 dólares. Un plato de pollo con arroz tras un día de escalar laboriosamente: 10 dólares. Paquetes especiales con todo incluido para que el esfuerzo riesgoso sea más rápido y soportable (con tiendas, botas y otros básicos): 500 dólares, o más. (Turkewitz & Rios, 2023).
El pánico, la angustia y el terror de que Cherline fuera una más de ellos/as me quebró. Intenté persuadirla, convencerla de que Chile podría ser mejor, que las visas algún día iban a llegar, que se avecinaban elecciones presidenciales y la posibilidad de un gobierno digno nos devolvería la esperanza, pero ella ya estaba decidida, y en menos de un mes, vendió todo lo que tenía en Santiago de Chile y emprendió el rumbo. Seguí su trayectoria día a día hasta que llegó a Necoclí, última parada antes de avanzar en la selva, en Colombia… Perdí su rastro el 31 de agosto de 2021.
Diez días después tuve noticias de ella, ya había atravesado El Tapón del Darién y les habían robado todo. Cruzaron alrededor de 300 canales, caminaron dos días entremedio de ríos, con el agua hasta el cuello, entre cuerdas y rocas, un camino infernal según sus propias palabras; olieron los muertos, los cadáveres flotaban en el agua o estaban bajo la vegetación de la selva por donde caminaban. Los militares aparecían y desaparecían en medio de la nada violando a las mujeres y las niñas, si eran rebeldes les asesinaban. Si alguien se golpeaba o tenía un accidente ahí quedaba, nadie iba a permanecer en medio de ese infierno para ayudarles; todos/as intentan sobrevivir a sus propias muertes.
Cherline sobrevivió al Darién; logró llegar a México y atravesar a Estados Unidos; es probable que recuerden las imágenes de migrantes siendo “laceados” por policías bajo un puente en la localidad de Del Río, en el sur de Texas (BBC News Mundo, 2021). Dos amigos de Cherline fueron detenidos y deportados a Haití desde ahí, después de dos meses de trayecto infernal. Ella logró avanzar por Estados Unidos y finalmente llegó a Canadá el 08 de enero de 2022, cinco meses después de su salida de Chile; aún espera una visa humanitaria de asilo, luego de que se le denegara la primera solicitud.
Sus relatos condensados en cinco números distintos de WhatsApp de los diversos países por donde estuvo en esos cinco meses me hicieron replantear todo el trabajo que como antropóloga estaba desarrollando con la comunidad haitiana residente en Chile. Los cuestionamientos sobre la validez de la investigación académica, la nula posibilidad de inferir en las políticas migratorias, el dolor de estar cómoda en casa escribiendo una tesis doctoral y la frustración de no poder hacer nada por ellos/as me volvieron a quebrar.
Luego de esto Cherline y otras amigas haitianas me dijeron que lo importante era mostrar lo que pasaba, contar sus historias, visibilizar el racismo que atravesaban y el dolor que en ellas habitaba. Y por ello escribo este texto, para que sus historias sean oídas, leídas y vistas.
En julio y septiembre del año 2022, otras dos compañeras haitianas decidieron emprender el mismo recorrido. Para ese entonces el negocio de la muerte en esta ruta estaba más consolidado y la infraestructura permitía algunas ventajas. Berlin y Diona llegaron a Estados Unidos en dos y tres meses respectivamente, pero nunca más supe de ellas.
En noviembre del año 2023, otra de mis mejores amigas, me dijo que ya no podía seguir esperando su residencia definitiva en Chile; que no podía seguir viviendo en las condiciones en la que estaba y que había decidido junto a su esposo y su pequeño hijo de dos años, partir a Miami donde familiares les estaban esperando, pero para ello, debían hacer esa misma ruta. Nuevamente sentí cómo el corazón se me quebraba por tercera vez.
Emprendieron rumbo el 17 de diciembre del 2023 desde el norte de Chile, atravesando el desierto y el altiplano.
Después de pasar (y pagar cientos de dólares en cada frontera) por Perú, Ecuador, Colombia, la selva del Darién – con todas las atrocidades que ya he mencionado- y cruzar Panamá, policías costarricenses les exigieron 500 dólares para dejarlos entrar a Nicaragua. Cuando llegaron a Honduras “Médicos sin fronteras” les entregó asistencia sanitaria, alimentos y medicamentos para la deshidratación, la fiebre, los golpes y las picaduras. Estaban exhaustos, heridos y enfermeros, pero mantenían intacta la esperanza de seguir avanzando al norte.
Lograron llegar a Guatemala y luego de unas semanas alcanzaron Tapachula, la ciudad fronteriza del sur de México. Intentaron avanzar más al norte, para llegar a la cuidad capital, porque sólo desde allí se puede solicitar un permiso especial para entrar de manera regular a Estados Unidos. En el primer intento los bajaron del bus, así que decidieron intentarlo por segunda vez al día siguiente.
Pasó una semana y no sabía nada de “K”, mi preocupación se hacía cada vez más gigante y comencé a pensar lo peor. Había leído en la prensa internacional sobre el secuestro de migrantes para ser esclavizados en la selva y también para convertirlos en burreros y otras actividades ilícitas en Centroamérica.
Hacía poco además me había enterado de lo que empieza a llamarse “el segundo Tapón del Darién”, una ruta VIP que deciden hacer algunos migrantes para saltarse la selva, yendo en lanchas precarias y clandestinas desde la Isla de San Andrés en Colombia, hasta el puerto de Bluefields en Nicaragua, un recorrido de 232 kilómetros y 5.000 dólares de pago aproximadamente; todo, para continuar luego por tierra hasta México y Estados Unidos.
La Procuraduría colombiana reveló que entre 2022 y 2023 fueron rescatados en las aguas del mar caribe 977 migrantes provenientes de Venezuela, Haití, Uzbekistán, Ecuador, China, Vietnam, Bangladesh, Bielorrusia y Bosnia. Otros, lamentablemente desaparecieron en el océano y algunos cuantos son víctimas de las mafias de traficantes de personas. Familiares de las víctimas indicaron que los/as migrantes que tomaron esta ruta les dijeron sentir miedo de afrontar la travesía hacia Nicaragua, “por la precariedad de las embarcaciones, carentes incluso de chalecos salvavidas, y la estadía en lugares clandestinos para esperar que las condiciones climáticas les permitieran zarpar de noche y evadir el patrullaje de la Guardia Costera” (Oropeza, 2023, p.1).
Esto estaba pasando no sólo en esta ruta VIP hacia Estados Unidos, los secuestros son constantes en algunos países de Centroamérica y más en México. El horror de pensar que no sabría nada más de K, comenzaron a intensificarse.
Después de una semana recibí un audio de ella, habían sido secuestrados de camino a Ciudad de México, fueron golpeados, robados y liberados sólo después del pago de 2.000 dólares; su pequeño hijo de dos años también fue herido. Los secuestradores les dijeron que se fueran lo antes posibles si no los matarían. Esa misma noche se embarcaron por tercera vez en un bus rumbo a Ciudad de México, pero la policía revisó sus papeles y el permiso de tránsito por 31 días que tenían era válido sólo para los Estados del Sur, así que los devolvieron a Acayucán, en la Región Olmeca.
Finalmente, por cuarta vez y tras pagar 400 dólares, emprendieron rumbo a Veracruz y lograron su cometido. Viajaron más de diez horas en un auto con un desconocido, en medio de la noche y por caminos abandonados y de difícil acceso para las policías y patrullas mexicanas.
En este momento están en Cuidad de México; llevan seis meses esperando que les aprueben la solicitud de ingreso a Estados Unidos; nadie sabe si realmente lo lograrán. Mi amiga, a pesar de su cansancio, dolor y desolación está esperanzada; yo cargo una derrota anticipada esta vez.
De Oliveira Rocha, señala que “es importante que en nuestras investigaciones y escrituras académicas nunca dejemos de visibilizar las atrocidades del racismo, de usar el dolor y las emociones como herramienta política y analítica ni de nombrar a los opresores” (De Oliveira Rocha, 2018, p. 53). Por ello, no quise dejar de mencionar mi propio devenir en esta autoetnografía de esperanzas y desolación; porque en este tránsito, yo también me he ido curtiendo en la violencia y el dolor.
Cierre
Cuando comencé a indagar sobre las violencias que sufrían las mujeres haitianas en Chile debido al racismo, el sexismo y el clasismo, me di cuenta de que había urgencias fundamentales que debían resolverse, a propósito, justamente de esas discriminaciones y violencias. Esto implicó conectar con el peligro y las experiencias traumáticas de las mujeres que conocí, generando a su vez vulnerabilidades y dolores desconocidos en mí hasta ese entonces.
Estos tránsitos que he relatado hoy bien pueden leerse como una nueva diáspora de personas afrodescendientes en busca de dignidad y reconocimiento humano de sus cuerpos negros. Por ello, no dejan de rodar en mi cabeza las palabras de mis amigas que han cruzado la selva del Darién, que caminaron sobre los cadáveres de otros cuerpos, que olieron la muerte, que fueron robadas, asaltadas sexualmente y vivieron el horror para contarlo.
También sé que esta diáspora no es coyuntural; se ensambla en la lógica de la trata transatlántica y del sistema capital y de despojo. Este es el hecho que hace carne la continuidad colonialista esclavista de los siglo XV y XVIII, con el siglo XXI. Esta diáspora, al igual que aquella en el contexto de la trata de personas africanas a las Américas, no tiene retorno, porque, al igual que la anterior, no tiene un destino deseado, excepto si el deseo consiste en dejar de sufrir. En un conversatorio un hombre haitiano señaló “el Darién es el infierno (misma palabra que usaron mis amigas), en el que puedo perder la vida, pero en Haití si o si voy a morir… en la selva puede que quizás sobreviva”.
Me aferro entonces a esa esperanza de sobrevivencia. Me aferro a la idea de estar haciendo lo correcto poniendo mi cuerpo y también mi capacidad de influir en nuevas generaciones de profesionales que trabajarán con personas racializadas en Chile. Me aferro a la idea de contribuir con los/as profesionales actualmente en ejercicio en visualizar sus sesgos, sus violencias y su racismo, de cara a un trato más humanizado, más digno y solidario. Me aferro a la esperanza de saber que quienes se quedaron en Chile, tendrán una mejor historia que contar a sus infancias aquí nacidas, y que por ende son chilenas, gracias a la ley ius soli.
Por ahora dejo el desafío de trasmitir la importancia de incluir las emociones y el cuerpo en el trabajo de campo; de construir relaciones amorosas con quienes contribuyen en nuestras investigaciones; de dotar de vida y dignidad sus cuerpos, de hacer investigación desde una posición política siempre, jamás desde la neutralidad. Porque en estos temas y en todos aquellos que implican valorar la vida, o estamos con los oprimidos/as o estamos con los opresores.
La personas haitianas no regresarán a Haití. Están arriesgando su condición humana en estos tránsitos y para mí no hay otra lectura. No hay neutralidad en este éxodo, no hay posibilidad de indiferencia. No es posible continuar como si nada pasara. Sólo podemos colocar el cuerpo, tener esperanza y desafiarnos mutuamente a desbordar los márgenes de estas fronteras coloniales.
Referencias bibliográficas
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Stang Alva, F., Lara Edwards, A., & Andrade Moreno, M. (2020). Retórica humanitaria y expulsabilidad: Migrantes haitianos y gobernabilidad migratoria en Chile. Si Somos Americanos, 20(1), 176-201. https://doi.org/10.4067/S0719-09482020000100176
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Turkewitz, J., & Rios, F. (2023, septiembre 14). ‘Una economía bonita’: La industria migratoria del Darién es un lucrativo negocio. The New York Times. https://www.nytimes.com/es/2023/09/14/espanol/darien-cruzar-colombia-panama.html
Biodata
Yafza Reyes-Muñoz: Docente adjunta Universidad Católica del Maule, Talca, Chile. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad Católica San Antonio de Murcia, España. Certificada en Estudios Afrolatinoamericanos por el Afro-Latin American Research Istitute at the Hutchins Center (ALARI) de la Universidad de Harvard. Magíster en estudios de Género y Cultura Latinoamericana, por la Universidad de Chile. Antropóloga Cultural, por la Universidad Católica de Temuco. Líneas de investigación: interseccionalidad género, clase y raza en la inmigración afrodescendiente en Chile; metodologías críticas, feministas y decoloniales para la investigación con población racializada; inequidades en el acceso a la salud de personas migrantes; antropología médica y educación; salud intercultural y derechos humanos.Colaboradora en ONG´s de mujeres, personas migrantes e infancias transgéneras. Información sobre publicaciones en: https://scholar.google.com/citations?user=dxofPLIAAAAJ&hl=en
https://www.researchgate.net/profile/Yafza_Reyes_Munoz
https://fssm.academia.edu/YafzaTamara